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HIMNO A TOMELLOSO

miércoles, 10 de enero de 2018

Cuentos republicanos (Plinio) La adhesión a la República en el colegio de don Bartolomé



Dos días después de la proclamación de la República se reanudaron las clases en el «Gran Colegio de la Reina Madre», primaria y bachillerato. Por si acaso, las órdenes emitidas por los dos grandes jefes, Eugenio y Manolo, eran terminantes: «Entraremos todos a la vez. Nos reuniremos en la esquina del Casino de la Iberia».

Y allí fuimos llegando a las nueve en punto de la mañana. Los dos grandes jefes, un poco apartados, nos miraban en silencio. El que más y el que menos lucía una insignia tricolor en la solapa. Antoñito llevaba una pistola de corchos de pólvora, para asustar a Tof e y a don Bartolomé. «Mi padre me ha dicho que los tueste», declaró. El Coleóptero, como un pollo de águila, sacaba la nariz y se frotaba las manos pensando en los acontecimientos próximos.

Por fin habló el gran jefe Manolo: —Vamos al colegio como triunfadores. El Rey se ha ido y, por tanto, Tof e y su papá tienen bien poco que hacer en el pueblo. Que nadie desmaye. A la menor ofensa, destruimos el colegio. Eugenio escuchaba con las manos en los cortos pantalones de pana, bien despatarrado y con el labio de abajo muy fuera, según su acostumbrado gesto de energía. —¿Tú tienes que decir algo, Eugenio? Éste se limitó a mover la cabeza negativamente. —Vamos —dijo Manolo. Los dos grandes jefes se pusieron a la cabeza y todos fuimos detrás casi en formación.

Al llegar a la puerta del colegio nos detuvimos. El Coleóptero, sibilino, señaló el rótulo: —¡Eh, han cambiado el título! En lugar de lo de «la Reina Madre», ahora decía: «Colegio de Santo Tomás de Villanueva», primera y segunda enseñanza. —¿Quién es ese Tomás? —preguntó Eugenio a Manolo. Manolo, a su vez, con la mirada preguntó a el Coleóptero. —Es un antiguo escritor clerical. Los dos jefes se consultaron con los ojos.

—Siempre será menos monárquico que la Reina Madre, cuando lo han puesto —dijo César. En el patio del recreo estaba solo Tof e, jugando a las bolas. Al vernos entrar se impresionó un poco. Se decidió a sonreír y se nos aproximó con gesto maganto y suave. Nadie sabía qué decir. Por fin habló con voz falsa: —Fijaos qué cantar he inventado — y cantó con voz ronquilla cierto soniquete de moda:

Después de las elecciones
el Rey tuvo que marchar,
por… que los republicanos
siempre tienen que triunfar


El silencio acogió estas palabras; Tof e quedó sin saber qué añadir, con una sonrisa babosa que se le caía por la comisura y los ojos blandos. Don Bartolomé apareció con el abrigo azul manchado y el ABC bajo el brazo. Se puso ante nosotros como para echarnos una arenga. Instintivamente todos nos colocamos tras los dos grandes jefes.

Iba a hablar cuando entraron los grandullones que estudiaban el último curso y que hacían vida un poco aparte: Cuesta, Olmedo, Onsurbe y Rossi. Venían fumando y con aire también de vencedores. Manolo, mordiéndose los finos labios, y Eugenio con las manos en los bolsos y el labio inferior bien fuera, escuchaban con los brazos cruzados. —Muchachos —dijo el «profe»—: en vista de los venturosos acontecimientos ocurridos en España, hoy no habrá clase, sólo dos horas de estudio. Después, la casa os invitará a un refresco.

Hubo algunos aplausos, no demasiados. Luego, don Bartolomé apoyó cariñosamente sus manos sobre los hombros de los dos jefes y todos fuimos hacia el salón. Otra novedad. El retrato de Don Alfonso XIII había sido cambiado por un cuadro del Acueducto de Segovia. Don Bartolomé, según su costumbre, se sentó junto a la estufa a leer el ABC, que venía todo de fotografías de republicanos, y cada cual en nuestro sitio nos pusimos a charlar sin ningún disimulo.

Tof e escribía nuevos versos alusivos al triunfo de la República y los leía a los próximos. A las diez llegó Paquita con la morcilla frita. Mientras la comía papá, ella nos sonreía a todos con gesto meloso. A las doce, en el comedor de don Bartolomé, que tenía una perdiz disecada y un gramófono de bocina descomunal, nos sirvieron sidra achampanada y pastas de almendra. Mientras los grandullones bromeaban con Paquita, la hermana de don Bartolomé, más vieja que él y antigua profesora de música, tocaba en la habitación próxima el Himno de Riego y a todos nos enseñaba la letra:

Si Riego murió fusilado,
no murió por ser un traidor,
que murió con la espada en la mano
defendiendo la Constitución.


Tof e y algunos excarcas reían mucho en un rincón, rodeando a Antoñito. Preguntó don Bartolomé la causa y Tof e, todo gozoso, dijo que Antoñito había compuesto una nueva letra al Himno de Riego.

—A ver, que la cante —dijo ladino don Bartolomé—. Encarna, toca — añadió a su hermana la pianista. Antoñito dio unos pasos al frente, se puso muy colorado y empezó a leer la letra al son que tocaba. Decía así:

Tarachum, tarachum, tarachunda,
tarachum, tarachum, tarachum,
tarachum, tarachum, tarachunda,
tarachum, tarachum, tarachum…, etc.
Ta chun, ta chun, tachunda,
ta chun, ta chun, tachunda,
ta chun, ta chun, tachunda,
ta chun, ta chun, ta chun.


El éxito fue tan grande, que todos acabamos cantando la letra, con sospechoso regocijo de don Bartolomé, que cantaba más fuerte que nadie con risa de conejo.



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