Arranca de un
misterioso hecho acaecido en el
cementerio municipal de Tomelloso.
Antonio «El Faraón», popular
comerciante de vinos del pueblo,
había abierto recientemente un nicho
de su propiedad para que se aireara
de cara a la inminente toma de
posesión del mismo por parte de su
señora suegra (todo un detalle de
amor filial y de afición a la limpieza,
sin duda). Pues bien, un día el
susodicho nicho amanece tabicado.
El Faraón acude a denunciar ante
los municipales el tan extraño como
vergonzoso atentado contra su
patrimonio. Desplazados al lugar el
Jefe de la Policía, su ayudante
oficioso y el médico forense se
ordena al encargado del
camposanto romper la pared para
comprobar qué sorpresa aguarda
dentro. Y en el hueco —tampoco
voy a engañar a nadie— aparece lo
que cabe esperar que aparezca al
abrir un nicho: un cajón con su
correspondiente muerto
incorporado.
Empieza entonces en
Tomelloso el llamado «reinado de
Witiza» en recuerdo de aquella
frase con la que los manuales
escolares de la época comenzaban
a evocar la figura de aquel monarca
visigodo: «Oscuro y tormentoso se
presentaba el reinado de Witiza…».
Pues oscura, muy oscura y bastante
tormentosa se presenta también
para Plinio la investigación sobre la
identidad de un cadáver anónimo,
sobre la causa de su muerte y sobre
sus posibles asesinos y,
especialmente, sobre las razones
que llevaron a darle sepultura de
aquella forma.
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