Ángel López Martínez (Tomelloso, Ciudad Real, 8 de abril de 1936 - Valladolid, 13 de marzo de 1978) fue un poeta español, hermano del también escritor José López Martínez.
Ángel López Martínez nació en Tomelloso y vivió en Madrid de 1954 a 1977. Estuvo casado y fue padre de cuatro hijos. Colaboró en revistas de España e Hispanoamérica así como en el diario Lanza, de Ciudad Real, con breves ensayos, comentario de libros y poemas.
Perteneció al grupo Síntesis y al grupo Juan Alcaide de la Casa de La Mancha de Madrid.
Publicó la antología poética Ciudad del hombre (1976). Tomelloso concede en su honor el premio local de poesía Ángel López Martínez.
La nostalgia por su tierra rural, su infancia de posguerra, y su desasosiego existencial son temas constantes en su poesía, influenciada por César Vallejo.
La cena
Yo se un hombre que estuvo esperando
la cena del tiempo. Los oasis de la vida,
los matorrales de algodón, las siembras maduras
para recuperarse; para saber si aún
era la hora de su calendario.
Era un hombre que sabía mucho de amanecidas grises,
de paseos por sus soledades; la cena, la cena
era el tema de conversación con su alma.
Era un hombre impensado que no tenía ojos
para ver; sus ojos eran como las oscuridades
que miraban a la muerte.
Yo soy campo
Mi horizonte está lleno de alambradas
y de pájaros sin vuelo,
y yo soy campo.
Yo soy la herencia de mi campo llano,
de mis espacios de trigo, de los barbechos
abiertos con dolor, de la abundancia de mostos.
Yo soy un ajeno en esta tierra de rascacielos y de humos;
yo no pertenezco a esta fachada,
yo soy campo.
Campo soy y sueño orillas
para mis pies; para labrar mi libertad
quiero espacio.
A veces tengo miedo
A veces tengo miedo
a que mi vida no resista
tanto golpe
y me enfermen las ideas;
a veces cuesta tanto seguir
enterrando sueños
Y seguir en la incógnita
sin desvelar el mañana, cada día
más incierto. Seguir, a fuerza de tirones
-mundo abajo-, sin enterrar el proyecto
que de ilusión se hizo
hoguera en nuestra vida.
Sí, a veces tengo miedo
-no lo niego-, cuando a mi mundo
en soledad me agarro.
Noche
Recorriendo estoy Norte y Sur
empeñado
en una lucha a muerte con mi alma.
Y cada día remo, remo, remo…;
pero el agua no es azul, sino negra.
Soy navegante… ¿Y el puerto?
Tengo la sensación,
presiento
como si avanzara
hacia una noche interminable.
Promesas de la tierra
Como una ola ignota, como un mar de quejidos
ancestrales, el hombre
desemboca
en su soledad.
En su camino, a trechos se moldea
como un cobre vil; como un tren de nostalgia
hace su comba. Mientras el tiempo configura
ese monstruo engañoso de su apariencia.
Alza en su mente, surca y configura la tierra
de su invasión. Su razón, su mar es
horizonte y aprisco
de un caz milenario, desde donde, cada día resucitado
nos mira el hombre.
Siempre hay un hombre,
un hombre sin tiempo que nos mira, insomne, y nos habla
misteriosamente, a través de esa ventana
del tiempo. Su palabra
va acompañada
de una pisada-lamento
o rugido
desde el principio de las más antiguas resinas
comunes, donde todo tuvo sus comienzos,
donde todo fue hecho, tal vez
hasta esas sequías de Dios que, a veces el hombre padece.
Todo fue, todo es desde sus comienzos,
como una antigua desazón del tiempo.
Todo fue hecho y se repite a diario
como la soledad, como la angustia del hombre.
El hombre, con su lamento, con su raiz de árbol,
es un inscrito en el tiempo. No es repente ni instante
como la lluvia: el hombre estuvo en la idea de Dios
antes de ser carne, antes de martirio y cruz,
antes que corriente y río, antes fue
que la duda y la tristeza germinó entre el rumor y el sueño,
y se hizo bronce y ola, barro y nieve
en su despertar de río y de cañada.
Río, pozo, antifaz, cadena es el hombre. Recio, horizontal
viene
del mismo sauce-misterio de su selva, de la misma ansiedad
y del mismo grito humano de su cárcel, donde, inmerso,
temprano llega a la soledad y al desamparo.
El hombre es un bloque de amor sin libertad. Su ideal, su llanto
es senda milenaria que aterriza en el tiempo. Noticia
del cosmos que increpa
a los vientos de las libertades todas;
precarias libertades que, un día, ola tras ola
se hacen mar, tempestad en el tiempo. El tiempo
no es, a fin de cuentas,
más que una batalla sin concluir. Y las revoluciones, todas
las que fueron, desde la menor queja, son, pizarra,
y como un murmullo de mares internos y fieros
que luchan sin piedad contra la Historia y las conciencias.
Sí, los muertos todos, los enterrados y los desterrados
hicieron durante siglos
matemáticas con sus huesos. Y el hombre, con su mar
de dudas, con un mar que sueña
heredado y solo
se continúa
y continúa llamando indescifrable a sus misterios.
El hombre es la más intensa locura de Dios. Heredero
de un puente de horas, heredero
de los ríos
y de las corrientes todas, heredero
de la lluvia nueva, heredero
de la espiga y de la vid; de las Culturas
y del Arte; del insomnio: el hombre es historia y paso.
Y crecerán, bajo el estiaje, nuevas siembras,
y la tierra seguirá hasta el fin
con sus Promesas.
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