Un hombre se lanza al vacío.
Su pasado ha dejado de existir.
Su presente es esta larga caída,
este sereno descenso hacia la muerte.
Todo ha quedado
suspendido
como el soplo de una canción sin palabras.
Su teléfono móvil cae sonando con él:
una sórdida llamada de la vida.
Él ya no puede responder,
va bajando tiernamente hacia la muerte.
Un hombre va cayendo
hacia una llanura de cemento
donde miles de seres humanos
huyen como estrellas fugaces que quisieran
abandonar un universo en llamas,
un oscuro universo en el que Dios
se ha escondido avergonzado
de su propia creación.
Él alza los ojos hacia el cielo;
no hay respuesta posible.
Todo es de una serenidad sorprendente
y él sólo oye el silbido del aire que le roza la piel
mientras va descendiendo hacia su muerte.
“¿Qué hora será? ¿Dónde estarán mis hijos?”
Él no sospecha que sus preguntas
ya las hace desde otro lugar del tiempo,
otro lugar donde abrirá los ojos y verá un vacío
como vacío está ahora su propio corazón.
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