Aquí han muerto mis abuelos,
en soledad he leído algunos libros
y en una noche de verano
también hice el amor.
Es cierto que bajo estas hojas
ásperas como los días
en que el mundo parece no tener sentido
he visto las primeras estrellas
y que a pesar del tierno terciopelo
y del oro que adornan las gargantas
prefiero el seco perfume de la higuera.
Los gatos se pasean por sus ramas
y los pájaros devoran cada año
el fruto negro que el árbol nos entrega
como un dulce y enlutado regalo
alegrándonos el paso de los días.
Alguna vez he llorado bajo esta higuera
porque he visto en su soledad la nuestra
y en las arrugas de su retorcido tronco
los tatuajes del tiempo.
En el delirio eléctrico de la borrachera
he vuelto a enamorarme en este patio
y he charlado con las hojas oscuras
mientras me vigilaba la luna de diciembre.
Aquí me ha visitado algún amigo muerto
y hemos hablado de Nueva York
y de este pueblo trapecista
que se sostiene entre un cielo cegador
y el vacio de las cuevas.
Como una fecha irreal he visto escrito
el día en que nací en esta casa
donde mis padres se amaron sin saber
que yo sería tan sólo su torpe resultado.
Cuando en Manhattan pienso en ti,
vieja hermana de manos verdes,
siento que la vida siempre ha tenido razón,
que es el hombre quien hace su destino
y acepto esta temprana derrota del amor.
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